martes, 14 de abril de 2015

Las puñeteras notas

Dicen los adictos a los tópicos y a las frases precocinadas que hacer deporte o alguna actividad física, ya sea salir a correr o a montar en bici o a pasear por el monte, les sirve siempre para olvidarse de los líos del día a día y de los jaleos del trabajo, cuando no de las tareas y desencuentros familiares. Y es una cosa que no termino de creerme. No lo niego porque en mis carnes cerebrales y emocionales también lo he comprobado, pero no es algo que se cumpla en todos los casos y en todas las situaciones. 

Con acierto, algunos de mis alumnos cuestionan muchas cosas de las que les planteo, como nuevas actividades, nuevas formas de hacer lo que ya veníamos haciendo, otras formas de evaluar y cosas por el estilo. En la mayoría de los casos aprovecho las protestas como base para que los que más a disgusto se encuentran puedan argumentar sus críticas y, cuando es posible, presentar alternativas. Pero no siempre lo consigo. Antes de las vacaciones de Semana Santa tuve un "enfrentamiento" importante con algunos alumnos de 4º ESO dentro de un grupo de whatsaap de clase que tenemos desde hace poco tiempo. Veían cerca le evaluación y no fui capaz de propiciar ningún tipo de reflexión compartida en el grupo porque había algo muy cercano en el tiempo que era su único motivo de preocupación: LAS NOTAS. Muchos de ellos sabían que, por unos u otros motivos, no habían cumplido con determinados plazos para los trabajos, no habían llevado al día el contenido de sus blogs y  encontraban dificultades técnicas de última hora para ponerlo todo al día. Estaban nerviosos y buscaban un culpable. ¿Quién era? El profe y su estúpida manía de liarlos con estupideces varias en lugar de hacer las cosas como siempre se han hecho. "Maestro, no te empeñes en que aprendamos y déjate de tonterías. Yo quiero llevar aprobados a mi casa. Mi padre no me va a preguntar si aprendo, solo le importan las notas", son expresiones casi literales de una alumna entrañable que quiere fotocopias, deberes y examen, un modelo de trabajo individual al que todos están acostumbrados, que les permite aprobar materias y pasar cursos. No importó que les volviera a poner como ejemplo más claro el inglés, materia que llevan diez años aprobando -habrán hecho más de cien exámenes- e idioma que no manejan en la vida real en absoluto salvo contadísimas excepciones.


Volviendo al principio de esta entrada, a la mañana siguiente de la movida whatsappera, salí bien temprano a montar en bici en solitario y os puedo asegurar que ni relajarme ni desestresarme ni olvidarme ni nada que se le parezca. Al contrario, como cuando uno hace esfuerzos para dormirse sabiendo que no hay mejor manera de desvelarse. Y entonces me vino. Me vino la siguiente clase a la cabeza, la ví, la imaginé, casi la viví. Y subí la cuesta en la que me encontraba a un ritmo que no era el mío.

Me llevé el carro con ordenador y cañón proyector al pabellón, dispuse 20 sillas en círculo y proyecté en la pared, en tamaño gigante: LAS NOTAS. Después les conté que puesto que las notas era lo que más les preocupaba, se las iban a poner ellos mismos, públicamente, delante de sus compañeros y de mí. Sólo tenían que hacer un breve repaso silencioso de lo que había sido el trimestre, su implicación, su dedicación a la materia, su actitud, su cumplimiento con los plazos y su valoración del trabajo realizado. Y, por supuesto, intentar no quedar en ridículo ante sus compañeros poniéndose calificaciones escandalosas. Les prometí no modificar a la baja ninguna de ellas. Algunos empezaron a transpirar, "me sudan las manos" dijo quien se sentaba a mi lado. Y uno a uno fueron saliendo hacia el ordenador en el que estaba abierta la aplicación de las notas y calificándose, mientras el resto miraba nervioso la pantalla gigante que era la pared deseando que no llegara su momento. 

Y entonces se relajaron y pudimos hablar. Pudieron hablar. Pudieron escucharse, ver el bosque que el árbol de las notas les impedía apreciar. Y hablaron de otra manera sobre todo porque se sintieron menos juzgados. 

Tal vez sea porque nuestra materia permita hacer algunos experimentos que en otras pueden resultar más atrevidos, me animo a seguir tomando decisiones en este sentido. Quitar, al menos durante las dos primeras evaluaciones, importancia a la calificación, a la puñetera nota, puede propiciar que ellos mismos vean su estancia y su paso por el instituto de una forma diferente. O no, quién sabe. No me importará desandar el camino si no nos lleva a ningún sitio. 

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