lunes, 9 de mayo de 2016

La clase como laboratorio. No hay otra manera.

Todo profesor debe experimentar. Para cambiar y para crear algo nuevo hay que experimentar. Teorizar sobre las causas de los problemas que tenemos en nuestras aulas y quejarse pueden ser parte del proceso de experimentación, pero no pueden quedarse como ingredientes principales.
Algo parecido nos propone en esta entrevista un veterano de los experimentos en el aula, Joselu, del blog profesor en la secundaria. Los experimentos educativos son necesarios por muchas razones. Una de ellas, tal vez la principal, es mantener al profesor vivo, incómodo y vivo, que es como un profesor debe estar en mi opinión. Todo profesor que se precie debe dedicar la mayor parte de su tiempo de trabajo a diseñar experiencias de aprendizaje para sus alumnos y a experimentar con ellas en el aula. No hablo de rellenar documentos que hablen de sus clases con mayor o menor acierto, sino a crear situaciones de aprendizaje para sus clases pensando en qué quiere conseguir con los alumnos que tiene, no con los que les gustaría tener. Y eso pasa por experimentar, por equivocarse y por concluir si la experiencia ha sido positiva, si será mejor haciendo algunas variaciones o si, como es habitual, hay que hacerla pasar a mejor vida. Y que en eso se nos pasen los años.

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Una de las razones por las que creo que no experimentamos es porque no queremos ir más allá de fórmulas que aunque nos vayan mal son compañeras habituales de viaje. Es "nuestra forma de dar clase" a la que los alumnos, les guste o no, deben adaptarse. Los que se esfuerzan aprueban y los que no, suspenden. No pasa nada. Así nos dieron clase a la mayoría de nosotros. Además es una forma de educar para la vida real, donde se nos van a poner condiciones que no nos van a gustar pero que debemos aceptar.  Yo no estoy muy de acuerdo con que ese planteamiento sea acertado con alumnos de 12 a 16 años, pero es entendible y aceptable, a no ser que sea la excusa a la que muchos se agarran para no menearse metodológicamente hablando.

Otra de las razones que evitan el cambio es que nos sentimos cómodos con una forma de fracasar y no queremos probar los sabores de un nuevo fracaso. De alguna manera, si nos decidimos a cambiar depositamos en el cambio unas expectativas tan altas que son imposibles de conseguir. Nos decimos que ya que nos esforzamos que sea a cambio de grandes recompensas, como si cambiar tuviera que significar éxito de manera directa. 

Como yo ando siempre experimentando y fracasando, me atrevo a hacer algunos comentarios para aquellos que quieran convertir sus clases en pequeños laboratorios: probar significa abrir una posibilidad para la mejora parcial y, sobre todo, para iniciar un cambio de inercia. Probar significa también demostrar a nuestros alumnos que somos capaces de hacer lo que nos hartamos de exigirles a ellos. Experimentar supone rebajar el nivel de exigencia al que "soporta" el experimento para, a medida que el éste adquiere condición de propuesta estable, apretar las tuercas todo lo que haga falta. Os pongo un ejemplo. Este curso he trabajado por primera vez con todos los grupos el montaje de una coreografía de acrosport. Empecé tratando de hacer ver (engañando) a los alumnos que sabía lo que me traía entre manos cuando en realidad les tenía que haber confesado desde el principio que estaba experimentando y aprendiendo en mi único campo de pruebas: la clase. De todas formas se iban a dar cuenta. Empecé exigiendo mucho, creando guiones de coreografías que usaban profesores más expertos que yo, cuando en realidad debería haberlas adaptado a niveles mucho más básicos. Empecé tratando de ser objetivo al máximo cuando debería haber sido más honesto y reconocer que si el experimento salía bien, todos los que hubieran colaborado en el "éxito" obtendrían una buena recompensa en forma de lo que más les interesa: la nota. El año que viene seré más experto y exigiré más, seré más ambicioso porque el experimento ya será algo parecido a una propuesta estable.

Os animo a experimentar, a pensar en qué os gustaría que se convirtieran vuestras clases y a moveros, despacio, en esa dirección. El fracaso está asegurado. El éxito, también. 


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